
Redacción
A Julián el fútbol siempre le gustó mucho. Lo jugaba y lo veía en televisión. “Era una gran parte de mi vida. En Ecuador es gran parte de la cultura de todo. Como que es inescapable”. Sin embargo, este desarrollador de videojuegos ecuatoriano de 28 años que vive en Nueva York cuenta a CNN cómo, tras mudarse a dicha ciudad, dejó un poco de lado dicho deporte. “A los gringos no les gusta mucho en comparación con los ecuatorianos”, dice. Ese motivo, hace siete años, fue el primer puntapié para que comenzara a trabajar en “Despelote”, uno de los videojuegos más destacados del año 2025. “Sentía que quería entender cuál era el rol del fútbol en mi vida. Qué significa para mí”, explica.
“Despelote” es un videojuego creado por los ecuatorianos Julián Cordero y Sebastián Valbuena, que narra una historia semibiográfica en el Ecuador del 2001, en un momento en el que el país estaba a las puertas de clasificarse para su primera Copa Mundial.
El jugador controla a un niño de 8 años apasionado por el fútbol, y la mecánica principal consiste en patear, en primera persona, una pelota por la calle. Un título de unas dos horas de duración que busca explorar la relación de las personas con el fútbol y que es una carta de amor a la identidad ecuatoriana y a la nostalgia de la infancia.
Esta apuesta por una historia tan única y alejada de clichés, maridada con una narrativa diferencial y un estilo visual único e impactante, lo ha convertido en un juego con una personalidad original.
“Sabíamos que queríamos que fuera un juego sobre fútbol, no de fútbol. No queríamos hacer un FIFA”, explican los creadores a CNN. Aquí no hay que marcar goles ni jugar partidos. Simplemente correr, observar y golpear el balón. Lanzarlo a paredes, casas, botellas, a otros niños, a los vecinos… Todo mientras se recorre, observa y escucha un vecindario de Quito, presenciando las conversaciones de sus vecinos mientras se percibe la emoción por la cercana clasificación futbolera.
El joven Julián, el protagonista del juego, desea acabar sus clases e irse al parque a jugar con sus amigos. Ahí, como niño, puede escuchar (todo ello con un doblaje excelente al español de Ecuador) al vendedor de cevichochos (un plato típico ecuatoriano) y a otros vecinos hablar de la vida, de la dolarización de Ecuador, de la crisis económica.
El juego no te obliga a escucharles y los personajes no te hablan a ti de forma directa de esas cuestiones, pues no eres más que un niño cuya única preocupación es patear la pelota y acertar a unas botellas. Todo ello, plasmado en un estilo artístico en el que cada nivel se representa con un color y el fondo está siempre granulado, como con ruido de televisor antiguo, generando una especie de visión “retro”, y en ocasiones hasta onírica, que lo sumerge aún más en esa atmósfera de tiempos pretéritos.
La voz del narrador, el propio Julián Cordero, no pierde la oportunidad de contarte detalles de la vida y la idiosincrasia de Ecuador. Desde mencionar la relevancia de la película “Ratas, ratones y rateros” para el cine ecuatoriano (obra que, por cierto, fue dirigida por su padre, el cineasta Sebastián Cordero), hasta el atentado que sufrió el seleccionador de Ecuador Hernán Darío Gómez.
Un relato de pasiones, identidad y nostalgia
Son todas estas situaciones las que dotan al juego de una identidad tan auténtica y pura que lo distinguen de otras propuestas. En una industria del videojuego plagada de títulos ambientados en EE.UU., Japón u otros espacios indistinguibles entre sí del norte global, una obra como esta, que se aleja de los convencionalismos, tiene una personalidad apabullante.
Es un videojuego que atraviesa por el alma puesta en representar una instantánea de un lugar y un momento muy concreto. Conozcas su realidad o no. No necesitas ser de Ecuador, ni ser futbolero para conectar con ella, porque es un relato de pasiones, identidad y nostalgia.
“Mi crítica favorita es que muchas personas han proyectado cosas de sus infancias, aunque no tengan nada que ver con la mía”, asegura el propio Cordero.