
El Rose Bowl de Pasadena vivió desde horas antes del silbatazo inicial una auténtica fiesta futbolera. Cientos de seguidores del Monterrey y del River Plate se dieron cita en la explanada del histórico estadio para apoyar a sus equipos en el cierre de la segunda jornada del Grupo E del Mundial de Clubes, donde también compiten el Inter de Milán y el Urawa Reds de Japón.
Desde temprano, los alrededores se llenaron de color, cantos y pasión. Los aficionados rayados ondeaban banderas, lucían camisetas con el dorsal 93 del defensa español Sergio Ramos y coreaban con orgullo: «Si Monterrey pudo contra un equipo europeo, ¿contra qué no va a poder?», lanzaba desafiante uno de ellos a la prensa, visiblemente emocionado por el momento.
No muy lejos, los seguidores de River Plate hicieron sentir su presencia con cánticos masivos, saltos y abrazos. “Ser de River es más que un orgullo”, gritaba un hincha argentino rodeado de amigos, entre banderas albicelestes y camisetas de ídolos eternos como Lionel Messi y Diego Maradona. La identidad del equipo millonario cruzó continentes para encontrar eco en el corazón de California.
El ambiente no se limitó a la pasión en las gradas. Afuera, la amplia explanada verde se transformó en una extensión de la tribuna: familias enteras, peñas deportivas y grupos de amigos convirtieron el lugar en una auténtica verbena. Barbacoas humeantes, carne asada, música latina, hieleras rebosantes y balones rodando por el césped marcaron un preámbulo festivo que reflejó cómo el fútbol se vive también fuera de la cancha.
A medida que el estadio se llenaba, la emoción crecía. Era más que un partido: era una celebración del fútbol latinoamericano en tierras estadounidenses. Una postal de identidad, arraigo y orgullo que no conoce distancias.