
A sus 66 años, el cardenal Ángel Sixto Rossi, arzobispo de Córdoba y jesuita como el papa Francisco, se prepara para ingresar a la Capilla Sixtina junto a otros 118 cardenales del mundo para elegir al nuevo pontífice. Lo acompañarán tres compatriotas argentinos: Víctor Manuel “Tucho” Fernández, Mario Poli y Vicente Bokalic. Aunque asume con humildad su rol de elector, Rossi reconoce con humor que la experiencia lo sobrepasa: “¿Papa yo? ¡Sí, papa frita!”, dice entre risas, mientras muestra en su celular una viñeta que circula en redes.
Más allá del tono afable, el cardenal vive el momento con una mezcla de emoción, nerviosismo y profunda responsabilidad. Compartió años de formación con Jorge Bergoglio, convivió con él en el Colegio Máximo de San Miguel y más tarde en la Iglesia del Salvador. La relación cercana con el actual Papa, a quien define como una figura «paternal», hace que la inminente elección se sienta, para él, como una “orfandad innegable”.
Rossi, fundador de la Fundación Manos Abiertas, que trabaja con los sectores más vulnerables del país, destaca la importancia de que el nuevo Papa continúe el camino de reforma iniciado por Francisco: una Iglesia cercana a la gente, abierta al diálogo, no cortesana sino servidora. “No tiene por qué ser un Francisco, pero sí hacerse cargo”, afirma, aludiendo a la necesidad de no retroceder frente a las transformaciones impulsadas en la última década.
Consciente de las tensiones internas en el colegio cardenalicio, el arzobispo admite que existen “pensamientos distintos”, pero confía en que prevalecerá el sentido común. “Este péndulo hacia atrás sería muy triste”, señala, ante el temor de una restauración conservadora que revierta los avances en sinodalidad, misericordia y escucha al pueblo.
Al referirse a las cualidades que debería tener el nuevo pontífice, Rossi menciona dos virtudes clave: misericordia y caridad. Y cita una idea muy propia de Francisco: no temer al “sueño grande”, al proyecto ambicioso de una Iglesia evangélica, libre de formalismos y al servicio de los demás.
El cardenal también se desmarca de las presiones nacionalistas dentro del cónclave. “No importa de dónde venga, sino cómo sea el corazón”, responde al ser consultado sobre la posibilidad de un papa italiano. Él mismo, como argentino y jesuita, asegura estar “totalmente tranquilo”, convencido de que no será elegido.
Finalmente, se muestra esperanzado. “Uno tiene que creer que el Espíritu Santo actúa por nosotros y a veces a pesar nuestro. Dios es más grande”, concluye, apelando a la fe que, para él, debe guiar esta trascendental decisión para el futuro de la Iglesia.